Artículos de Barbeito en ABC de Sevilla (Año 2014)

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  • Robo de horas

    LA TRIBU

    30-III-14

    Porque es un robo. Creo haberlo escrito una vez, cuando el cambio de hora coincidió con una corrida de Feria y parecía más un cambio de tercio: “Robada de los relojes, / trae luz crecida la tarde…” Fue distinto cuando ese cambio de hora coincidió un amanecer de Domingo de Ramos y alguien pensó que era por algo muy concreto que estrella un cielo solo con su presencia: “Tiene la tarde una hora / más que la tarde ayer, / la pidió el atardecer / para estar contigo ahora…” Y una hora más tendrá esta tarde de un día que ya nos amanece raro, que tiene en su luz una extraña mentira involuntaria, que tendrá una noche rara.

    Ahora, lector, son las ocho, o las nueve, o las doce, y de poco servirá que diga “las diez, que son las nueve…” o “las doce, que son las once…” Otro alguien también dijo otra cosa, “Mi hora es cuando yo llego, / no cuando llega el reloj.” No se me ocurrirá llamarle la atención sobre la hora de llegada a una cita a alguien que habla así, con esa firmeza y esa seguridad. Pero hoy, llegue usted cuando llegue, no será ni su hora, ni la del reloj –porque es posible que se le haya olvidado adelantarla-, ni la que parece que es, ni la mía: es la hora que dicen que es. Poco mandan los relojes / si uno les quita las horas / y otro llega y se las pone”. Me acuerdo de una lejana letra de soleá: “Agujas de mi reloj / que una a una yo arrancaba / y el tiempo no se paró”. Un buen amigo me mandó, hace muchos años, otra: “Gana el tiempo la partida, / aunque yo tenga dos manos / y el reloj sólo manillas”. Un robo de hora y de luces, que también la noche es luz. Lo cierto es que por más que queramos que no nos afecte, nos afecta el cambio de hora. A mí me deja una sensación parecida a la que me quedaba cuando de chaval me echaba a la siesta y despertaba de noche, o cuando en las vísperas de Santiago nos quedábamos charlando en tertulia y se nos venía el día como una campana de luz haciéndose, por cima de las tapias del pueblo. Hoy estaremos todos un poco raros, descolocados, algo desorientados, sin hambre a la hora del almuerzo ni ganas de acostarnos tan pronto. Pero se nos pasará pronto. Esta noche nos parecerá una noche rezagada, pero la de mañana ya irá haciéndose nuestra, como el amanecer, como el mediodía. Y cuando abril toque clarines de cambio de tercio, las luces habrán ahormado los relojes. Pero, eso sí, que quede claro que hoy, a la hora que sea, mañana, tarde, noche o madrugada, tenemos la sensación –y es así- de que nos han robado una hora, una hora de la noche, además. Aunque en otoño vengan las manos de octubre a devolvérnosla.

  • Más allá

    LA TRIBU 31-III-14

    Sólo los hombres que han buscado el más allá de las cosas y de las gentes han sido capaces de ensanchar su horizonte, su idea de libertad y aun su capacidad de entender a los demás y de acabar entendiéndose ellos mismos. Algo así le oí decir a un viejo aventurero de la tribu, un solterón que frisaba los setenta y había vivido más que tres generaciones de la tribu juntas. Había viajado, había salido del nido, y se había medido con otros aires, con otras alturas, con otros climas. “Lo que aquí nos parece único, por grandioso, les resulta ridículo a los demás apenas dejas atrás las paredes del pueblo”, me dijo una vez el Mago. Y un ex compañero mayor que los demás, un día que vino a tomar unas copas con nosotros tras cumplir un mes en su nuevo trabajo, nos dijo, cuando andábamos dudando si dejar aquella oficina o no dejarla: “El día que estéis fuera de aquí veréis cómo es el mundo de grande y de hermoso. Y de libre. Mientras estéis aquí dentro seréis incapaces de entender otras dimensiones. Intentadlo, saltad, que lo que parece riesgo es una decisión inteligente y más segura de lo que creéis.” Acertaron quiénes lo hicieron.

    En el 92 conocí a gente que decía que jamás pisaría la Expo, que en aquel recinto no se les había perdido nada. La Expo fue la Expo sin ellos; ellos nunca serán los mismos sin la Expo, porque cerraron los ojos a algo nuevo que se asentó en su ciudad. Y he conocido a otros que creían –y lo creen muchos de los que lo aplauden- que ser de verdad de un sitio era no conocer otros. Visión sólo del cerca que ni siquiera columbra, ni en cegarritas, qué hay más allá de sus narices. Una cosa es amar un paisaje y otra muy distinta negarse a conocer otros. Aquellos paisanos que, empujados por la necesidad, emigraron a Cataluña en los cincuenta y los sesenta, tendrán, sí, cicatrices de las primeras tristezas, pero junto a ellas hay un esplendor en la mirada, más ancha que la de sus paisanos, porque han conocido el más allá de muchas cosas y de muchas gentes. Cuando la primera novia le pregunta a Juan Ramón por qué quiere irse del pueblo, le responde el poeta: “…he sentido / que quiere gritar mi pecho, / y en estos valles callados / voy a gritar y no puedo…” Por eso buscó cielos más

    altos donde no brillaran sobre él tantos luceros. Lo pienso hoy, frente a este inmenso valle, lejos de mi diario paisaje, que luce su belleza de novia mojada bajo la lluvia, como otro regalo nupcial, y son otros los blancos, los verdes, los ríos, los montes, los árboles, los cielos… Y es otro quien lo mira y lo hace suyo en el asombro de la contemplación…

  • A su forma

    La tribu 1 de abril de 2014

    Ya la luz se llama como ella, por fin. Ya puede la luz presumir de tocaya. Ya pude pasearse de su brazo y recorrer con ella lo que de pronto se les ha hecho común, desde el suelo al cielo, desde el celeste al azul, desde el blanco donde bebe el amanecer al lomo de tejas donde se echa a descansar la última hora de la tarde. Y ya las dos empiezan, a su forma y manera, a ponerlo todo a su gusto. Y no es ya que esté a su gusto, es que no sé cómo se las avían que todo acaba por estar al gusto de todos. Han conseguido, ella y la luz, convencer a todos de que las cosas son como las hacen ellas, como ellas las disponen. Por eso, no se les puede decir ni pío, no se le puede poner un pero a nada de lo que hagan. Han conseguido, a fuer de amar apasionadamente cuanto hacían, que las cosas sean las Cosas; y las formas, las Formas. Y si a usted, por cualquier cosa, no le gusta, más le vale ir haciéndose al gusto de ellas. Porque no hay otro. Y dicen que ni falta que hace.

    Posiblemente, nada de lo que ellas representan fue como ellas cuentan que fue, pero es su forma, y hasta ahora no ha venido nadie a mejorarlo. Es su forma, son sus maneras. Unas veces serán caprichos y otras veces serán antojos; un gesto será heredado, aprendido o improvisado, pero si es heredado es intocable; si es aprendido, como si fuese heredado; y si es improvisado –y gusta-, inmediatamente le dan categoría de clásico. Nadie tiene esa habilidad que tienen ellas para, cuando les interesa o les gusta, desechar algo secular –y no por viejo, sino por inadecuado- o improvisar una pátina de adjetivos que le dan a ese algo un color tiempo como si acabaran de desenterrarlo de Itálica. Únicas, ellas dos. Las dos saben lo que tienen que hacer para que todo les cuadre, y una dice que la otra y la otra dice que la una, las dos van del brazo y no hay quien pueda con ellas. Arrastran, es verdad. Tocan los naranjos y los florecen; miran los cielos y parece que los miraran con una aguada de añil; rozan torres y repican los campanarios; le sisean a la cal y se estira y se pone más blanca; les dan una razón al aire y éste sale pregonando olores como un aprendiz de pregones íntimos y viejos. Yo no sé cómo lo hacen, pero salen las dos a la calle y al rato la calle es otra, y otra le gente, y otras las cosas, y otro el día, y otra la noche… triduo, cerveza, besamanos, ración de pescado, función principal, montadito de lomo, olor a incienso o a espinacas con garbanzos… La lían, las dos. Cuando a esta ciudad llega la luz, la gloria se duplica en los espejos. Ya ha dos que se llaman abril.

  • Saetas

    LA TRIBU 2-IV-14

    En la tribu, toda la Semana Santa quedaba en los Santos Oficios del Jueves Santo y en aquel ambiente fúnebre de altares tapados, que entrar en la iglesia era entrar a un duelo. Todo quedaba allí, en el gregoriano que sonaba como un fantasma entre la neblina del incienso y crujidos fantasmales de las maderas del viejo órgano que tocaba el sacristán. De todo cuanto viví de niño en aquella iglesia en los días de Semana Santa recuerdo, como una rediviva estampa bíblica, el lavatorio que decidió un año un sacerdote joven. Por lo demás, el cuidado que teníamos los niños de no gritar o hacer ruido por la calle el Viernes Santo. Pero nada más. En la tribu entonces no había pasos en la semana de Pasión, y de la Pasión quedaba sólo el sonido en las fiestas de Vírgenes de Gloria, porque las bandas tocaban marchas procesionales.

    La primera Semana Santa con pasos en la calle la viví en Gines, cuando por el pueblo iban las imágenes de la bellísima Virgen de los Dolores y la valiosa talla del Cristo de la Veracruz. No recuerdo si iban acompañados de música, ni recuerdo cuántos nazarenos desfilaban, ni si iban mujeres acompañando con velas, como había visto en la tribu la noche de octubre cuando el Nazareno sale a hombros de los hombres y los muchachos, pero hay algo que no olvido de aquel Viernes Santo en Gines: las saetas. En la tribu se hablaba de un famoso saetero de Huévar, Rogelio, que había venido a cantar años atrás, pero yo no lo había visto, y una saeta así, en un balcón, en la noche del Viernes Santo, imponía, y más a un muchacho que por primera vez lo contemplaba, que se estrenaba en la Pasión en un pueblo donde estrenó otros muchos asombros, que por eso es su pueblo del alma. De aquella noche, por la Calle del Buey, el muchacho recuerda dos balcones con dos nombres, Joaquinito el Cantaó y el Titi Milagritos. Dos saetas, dos estilos, dos ginenses que tiraban al aire los flamencos giros de una saeta para las imágenes de su pueblo. Más allá, no sé en qué balcón, una muchacha –“Va a cantar Justa, va a cantar Justa…”- de Bormujos, aunque ginense consorte, Justa Ruiz, puso quejas cantadas en la noche, para que a lo sagrado no fueran sólo voces de hombres. Ha pasado cuasi medio siglo y de aquellas tres voces, sólo la de Justa Ruiz sigue fiel en la noche del pueblo, saetera ya cuajada. Cuando siento los primeros golpes de martillo, todos los años, la memoria se me va a Gines, Calle del Buey abajo, que fue mi calle más tarde y, por un Crucificado y una Dolorosa –y más tarde la muerte de mi padre- es para mí la calle de la Pasión, divina y humana.

  • El comisario

    LA TRIBU 3-IV-14

    En la casa del abuelo Rojas, por la parte del corral, bajo el amparo de un inmenso azufaifo, allí donde la calle del Vidrio era más campo que pueblo, nunca faltó tertulia de hombres de la cacería. El abuelo Rojas, tocado de sombrero, era un patriarca en aquella casta aficionada a volver del monte con tres o cuatro perdices atadas al cinto, cazadas al pulso de media altura de un bando que se levantó como el humo de una candela, o al reclamo de un macho enjaulado, que lo mismo daba cuchichí que ajeo, lo que importaba era llevar a casa una belleza de plumas, pico y patas, que conformaba en el trofeo del hombre un medio bodegón de cadera con veinte perdigones dentro. No recuerdo qué dominaban mejor, si la pluma de la perdiz o la rúbrica huidiza del conejo, con perros, siempre con perros, esa alarma de ladridos que desordena el monte y la dehesa; lo digo porque los de la casta tenían sagacidad para responder como un rayo de doble cañón si un conejo abandonaba su escondite de un lentisco o salía, desesperado, de la madriguera. La gente de Rojas, los Perea García, eran tan buenos con los cartuchos como después con la cuchara, cuando la cacería sonaba a guiso en el corral.

    A uno de los hijos, Curro, la guerra le cambió el rumbo de sus otros hermanos. La guerra y una muchacha que hablaba muy fino, Nati, que lo enamoró y lo dejó en Madrid, amarrado a los hijos y a un trabajo que, por fortuna, lo quitaba de la crudeza sin horas del campo, por más que a él, muchas tardes, por una luz, un

    viento, un olor, un cante, un detalle cualquiera, se le humedecieran los ojos y su memoria miraba el corral, la calle y el monte, por la mirilla de la vieja escopeta. Nati le cambió el rumbo a él y se encargó del de sus hijos. Aquella mujer que hablaba tan fino también hilaba fino, y sabía que nada como los estudios para cerrar los caminos al pueblo y al campo que Curro pudiera trazar algún día. Tienen talento los hijos de aquel Curro el de Rojas que se quedó en Madrid tras la guerra, y eso lo saben en la tribu, y si no, que pregunten en Salamanca –yo echo de menos aquella forma de ser siempre tan cariñosa de la hija mayor, Catalina- por la talla médica de Mariví, o, ahora, por el comisario principal, Jefe Superior de Policía de Andalucía Occidental, Francisco Perea Bartolomé. Se lo ha trabajado, a pulso, sisando del sueño, de diversiones, de tantas cosas. Enhorabuena, señor comisario principal. A sus órdenes. También la sangre que nos hace primos se cuadra ante usted. Lo que hubiese sido tu nombramiento, querido Curro, bajo el azufaifo del corral del abuelo Rojas…

  • Mal tiempo

    LA TRIBU 4-IV-14

    Había llovido bien hasta esa madrugada, durante quince días. Los hombres no podían salir al campo, que la tierra era un fangal donde no era una laguna. Imposibles los caminos, los olivares, los calmos, incluso las laderas parecían untadas de sebo, del fanguillo que dejaban las escorrentías. En una resolana a un lado de la plaza, en lo que la tribu conocía por “la puerta de Manuel Mora”, veinte hombres fumaban y aguardaban a ver si alguien llegaba a darles trabajo en algo que no fuera pisar la tierra del campo, trabajo de interior en un cobertizo, al arreglos de arreos o a tarea de ir al herrero a encargar unas rejas, o al carpintero, para una lanza o un yugo. En la “Puerta de Manuel Mora” estaba el termómetro del hambre de la gente del campo, que allí algunos se pasaron muchos días esperando que un dedo los señalara y les diera veinte días de trabajo en un cortijo. Esa mañana, al alba, los hombres esperaban una voz de trabajo y, mientras tanto, que el sol lamiera la cal del testero y pudieran calentarse con algo, que los bolsillos no estaban para pagar en el casino un café o una copa de coñac.

    José había salido de su casa con dos mulos enganchados en el carro y, sentado cada uno en una de las varas, sus hijos, dos zagalones que miraban de reojo un cielo que todavía tenía chorreando la luz. José iba en busca de su pan y el de los suyos; iba a los pinares, a levantar una candela que le diera ocho o diez sacos de cisco, y, de camino, llevarse unas piñas que, asadas, entretuviera los dientes de la familia, si los platos no sonaban como se precisaba que sonasen. Apenas el carro había dejado la calle empedrada, un guarda jurado salía de su casa: “José, ¿adónde vas?” José, que sabía de más lo que le contestaría el guarda, dijo: “A los pinares, a ver si nos traemos unos sacos de cisco…” Y el guarda: “¿A los pinares, José, con el fango que hay en los pinares?” A José le salió, más marcado, su acento manriqueño. Su acento y esa profundidad única que los manriqueños tienen: “¿Fango en los pinares…? Fango, en la puerta Manuel Mora…” Era verdad. Allí, en el centro del pueblo, sí que había fango, por más duro que estuviera el suelo de adoquines. Fango de hambre, fango de desesperación, fango de no saber ya qué decir en casa… Fango. “Fango, en la puerta Manuel Mora…” Andamos aquí preocupados, que a ver si va a llover en Semana Santa, que la gente no quiere ni pensar que vaya a hacer mal tiempo… Mientras en España mejoran la economía y el empleo, en Andalucía han empeorado. ¿Mal tiempo en Semana Santa? Mal tiempo, en el empleo…

  • Mal ejemplo

    LA TRIBU 5-IV-14

    Así, no. Por ese camino, no. He sacado espadas orales en su favor, y espero seguir sacándolas muchas otras veces, porque me gusta su estilo. Pero por ahí, no; en contramano, no; en sitio prohibido, no; en plan mujer del sheriff con la Policía, no. Lo siento, ex presidenta, no podemos exigirles a los ciudadanos unas normas, unas disciplinas, y cuando a uno le toca cumplirlas, saltárselas a la torera, sacar pecho y decir aquí estoy yo y si quieren algo conmigo, síganme. No; por ahí, no, doña Esperanza Aguirre. Que si en ocasiones, refiriéndonos a un político que viene de extracción social humilde, por una reacción así, un resabio de estos, decimos que le salió el pelo de la dehesa, de usted, con apellidos tan ilustres, ¿qué decimos, que le salió el pelo de los apellidos compuestos? ¿Que le salió la soberbia que a veces se cría en los salones de cortinas gordas y gordas moquetas por donde van con silencio de monjas las muchachas del servicio? Así, no, doña Esperanza.

    Además, no le pega. O eso quiero creer, porque si le pega, entonces no me pega la idea que tengo de usted.

    El caso de la denuncia a Esperanza Aguirre por aparcar en sitio prohibido en la Gran Vía madrileña, y esa actitud posterior, desobedeciendo a la autoridad –la misma autoridad a la que ella, con razón, exigía fiel cumplimiento del deber-, eso, ¿saben a qué me recuerda? Pues me recuerda a los versos de una mujer, fíjense, a una religiosa mejicana del Siglo de Oro a la que conocemos por Sor Juana Inés de la Cruz. A los hombres nos dejó verdades en redondillas que bien pudieran aplicarse, en ocasiones, a determinadas actitudes femeninas, por ejemplo, en este caso y a la señora Aguirre. Naturalmente, con otra intención que la usada por la religiosa, porque Sor Juana se refiere a las relaciones entre el hombre y la mujer y yo pretendo ajustar esos versos a lo que ha pasado entre Aguirre y la Policía Local. Lo que Sor Juana Inés le dice al hombre sobre la mujer, que lo haga suyo Esperanza, porque ella ha empañado el espejo y siente que no está claro, porque “Justicia, Señor, pero en mi casa, no”. Así que cuando mandaba usted, doña Esperanza, podría haber hecho una Policía a su medida. Lo que no vale es, como dice Sor Juana Inés, “…y después de hacerlas malas / las queréis hallar muy buenas…” Así, no, doña Esperanza. ¿Qué fuerza va a tener usted como autoridad para censurar cualquier infracción de un ciudadano? Aparcó mal el coche y ha aparcado, para mal, las buenas maneras. Recuerde a Sor Juan Inés: “…queredlas cual las hacéis / o hacedlas cual las buscáis”.

  • Como una ola

    LA TRIBU 6-IV-14

    Como una ola, sí, pero como una ola cansada que llega a la playa en la bajamar y deja en la arena algo de subalterno capote de descabello. Como una ola, sí, que vino primero a traer la gloria en la espuma, el sonido de la fama, que la fama era como el ruido violento de un mar valiente para el que parecía no haber acantilados. Como una ola que de pronto sufrió la sacudida de una mala noticia y una muerte temprana que hizo de la actualidad un cementerio con el nombre de Rocío. Como una ola, José, que lo mismo te sube y

    te encumbra, que te enrolla como el embozo de una locura y te lleva al naufragio, o te ahoga, o te zarandea en el mar como a un pelele. Como una ola que canta o como una ola que se queja, José. Parece que fue ayer cuando nos vimos en Olivenza, tú tan dispuesto a todo, José, con aquellas ganas que se te habían subido a los cincuenta, que hablabas y contagiabas, que tenías en las palabras suavidad de verónica, de natural, y chairas que cortaban orejas para ponerle pelo a tu triunfo… “…A reventar los aforos / viene el que nunca se fue…” Te lo dije convencido de tus ganas y de tus éxitos, porque tú, como aquella canción de ella, venías –volvías- como una ola, José, como una ola. Te habías despedido en Olivenza y, casualidades de la vida –o no-, en Olivenza te anunciaste para volver. Estoy viendo ahora tu cara de alegría, que tanto se parecía a la alegría que llevaba por el pueblo, tan partidario tuyo, el querido maestro Tico Medina. Tu alegría, que volvía a encenderte la sonrisa, que te metía en la taleguilla las ganas de no dejarse de sentir torero. Como una ola, como una ola de seda y oro, como una ola de percal, de franela; ola de metal con brillo de estoque… “…a poner la plaza en pie / con la gracia de su mano. / Se apellida Ortega Cano / y contesta por José.” Hace siete años, José. Pensabas en los corrales donde dormía la incierta suerte de los toros, y hoy, ya ves, esperando esa hora siempre mala de la cárcel. Como una ola, José, se te vinieron encima tantas cosas desde que se fue ella. Empezaron los tumbos, ese perderse por la niebla de la pena para desembocar siempre en la calle equivocada. Que si el alcohol, que si el dinero, que si la crisis, que si la finca, que si todo. Y vino aquella noche, la carretera, el coche, la mala suerte o el no hacer bien las cosas, y por una imprudencia tuya murió un hombre. Un cuerno era la curva; un cornalón, tu coche. Y vino tu niño a empeorarlo todo. Se agigantó la ola, José. Que se haga

    justicia, sí, pero me da pena de ti. Ahora sabemos que la ola sólo vino a la playa a traer desgracias.

  • Conferencias

    LA TRIBU

    7-IV-14

    Digamos que, más o menos, estamos llamando, para que nos hable de mecánica, al mecánico que no supo cómo arreglar el coche y tuvimos que llamar a otro. He leído que José Luis Rodríguez Zapatero tiene contratadas conferencias semanales a razón de sesenta mil euros la conferencia, así que al mes, cuarenta millones de pesetas. Para comprarse un buen piso por cuatro charlas. Se ve que al fin aprendió economía en dos tardes, y es posible que esas dos tardes correspondan a cuando ya no estaba en el Gobierno, porque ya saben a cómo nos salió el “minuto Zapatero” el tiempo que estuvo en el poder, que tanto se empeñó en mantener su equivocada idea de que no estábamos en crisis, que incluso le escribimos una coplilla –fusilada hasta las comas por Antonio Gala en su Tronera, por cierto; o sea, que me la copió…-, “Tanto miedo le tenía / a decir que empeoraba, / que él solito se engañaba / y murió de mejoría”. Pues una de las figuras políticas cuya gestión haya sido menos valorada en la democracia, ahora cobra diez millones de pesetas por hablar un rato. Me gustaría saber quién se atreve a pagar esa cantidad y, algo peor, quién va a ir a escucharlo.

    Se nos da muy bien eso tan español de poner el hombro bajo el ataúd del que hemos matado, anudarnos corbata negra y, si procede, echar unas lagrimitas. Se nos da muy bien porque venimos de la práctica habitual de poner de vuelta y media, por detrás, a alguien y abrazarlo más tarde con un puñal en una de las dos manos, o dos puñales, o tres, como cantaba Marifé. En estos días, en Sevilla, el modelo que más se vende es el puñal cofrade, que corta hasta con el mango y se lleva en cualquier parte, en la risa –falsa, naturalmente- o en la voz engolada que parece que te adora, cuando en verdad quisiera borrarte de la circulación. Pues algo así supongo que harán quienes vayan a escuchar –es un decir- a Zapatero. O a Felipe, o a Aznar. Descansamos cuando se fueron y ahora regresan como si alguien los hubiera llamado. ¿Sesenta mil euros por una conferencia de Felipe, por otra de Aznar, por una de Zapatero? Eso es pagarle por una charla sobre la suerte suprema al matador al que le echaron al corral la mitad de sus toros; o como pagarle sesenta mil euros para que nos hable del tiempo a quien no ha acertado en su vida con una previsión de Semana Santa, ni de la Virgen de los Reyes. ¿Pagarles a Felipe, Aznar y Zapatero por una conferencia? En todo caso, haría lo que aquel paisano ante aquel horrible cantaor que había dicho que iba a cantar fandangos y acabó por peteneras: “¿Cuánto quieres por la callá, miarma?”

  • La partida

    LA TRIBU 8-IV-14

    En el vestíbulo de aquel restaurante que volvía a abrir sus puertas tras un largo periodo cerrado, le dije a un compañero, jefe entonces, que si quería que yo comiera con él, tendría que ser en otro sitio, que yo no me sentaba a la mesa con uno que acababa de pasar y que me temí que era quien invitaba: “Un salpicón de ese es peor que una mancha gorda de cualquiera. No habla, apenas. Pero tiene más peligro que un cable en un charco… Ten cuidado y no se te repita el jamón que ofrecerá”. Mi compañero entonces me miró y poco menos me dijo que me estaba pasando, que yo estaba equivocado, que aquel personaje era un tío muy importante que “además es un lince para los negocios y, además de crear muchos puestos de trabajo, va a dar mucho dinero en publicidad a los medios. Y no sabes el poder de convocatoria que tiene. ¿Sabes quiénes están dentro, citados por él a esta comida?” No, no lo sabía, pero me sonaban de su cercanía todos los que me nombró. Yo me limité a decirle a mi compañero: “Yo no me quedo, me voy. Tú, por si acaso, no te roces, que te llenas. No sabes el peligro que puede haber ahí dentro…”

    Nunca más hemos hablado aquel compañero y yo de aquel día. No sé los años que han pasado, si cinco, seis, siete… No lo sé. Mi compañero y yo dejamos de serlo en el mismo trabajo y tampoco nos llamamos, y si alguna vez lo hicimos, no se habló de aquel asunto. Pero es posible que mi compañero haya recordado, años más tarde de aquel almuerzo, algunas de las palabras que le dije, que si el almuerzo le dejó, seguro, un buen sabor a jamón, es posible que algunas noticias posteriores de aquel personaje lo hayan dejado helado y haya pedido a Dios que su nombre no salga, si alguien habla de la comida de aquel día. Tiene peligro el personaje, sí. Lo tuvo siempre y lo tendrá siempre. Oscuro, entre detective y espía, es capaz de organizar un entramado con los hilos más pegados al poder, no sé si porque sabe untar muy bien o porque tiene estómago de hormigonera y menos escrúpulos que un sacamantecas. No sé si es el capitán, pero quienes lo rodeaban entonces tienen muy hechas las carnes a andar en partidas, porque siempre hubo una mano que se adelantó a pedir y se perdió al adelantarse. No le deseo mal a nadie, pero si un día todo esto que ahora veo pasar como sospecha, esos nombres que salen a las ventanas de la posible culpa rozados con aquel tipo peligroso como referencia –“No te roces, que te llenas…”-, resulta lo que dicen, llamaré a mi antiguo compañero. Y aunque no me lo reconozca, sé que, cuando le recuerde, se le repetirá aquel jamón. De la sierra, naturalmente.

  • Huesos

    LA TRIBU 9-IV-14

    No sabemos hasta dónde puede llegar el aguante de las personas, y quiera Dios que la experiencia no nos escoja para demostrarlo. Conocí a un hombre que en su casa tenía un problema muy gordo con un familiar que estaba martirizándolo, pero era de los suyos y el hombre aguantaba. Un día, alguien le dijo que cómo podía aguantar aquel martirio, y el hombre contestó: “Que no te toque…” Eso, que no te toque, que no nos toque. No sabemos hasta dónde llegaríamos, si la vida nos sometiera a determinadas pruebas. El refrán está ahí para recordárnoslo: “No digas de esa agua no beberé”.

    Los padres de Marta del Castillo, aquella terrible noche que la muchacha salió para no volver nunca, es posible que primero pensaran en recriminarle a la chica, en cuanto volviera a casa, su decisión de irse con Carcaño; y es posible que le pidieran a Dios que aunque se hubiese ido con aquel chaval y éste la hubiese violado o hubiese abusado de ella, que no le pasara nada, que no le pegara. Y es posible que a medida que pasaban las horas, iba atenuándose la idea de reprimenda, de castigo, de correctivo. Vino entonces el miedo y el miedo lo ocupó todo. Y los ojos, los oídos, el tacto, todos los sentidos, necesitaban oler, ver, oír, tocar algo de Marta, de su hija. Y darían la vida entonces por un timbre de teléfono tras el que sonara la voz de la muchacha, y no dormirían esperando esa voz, esa llamada que dejara claro que la muchacha estaba viva. Y después vendrían las horas en que es posible que aceptaran incluso un accidente menor, una pierna rota, un brazo, que hubiese que operarla… Y pasaban las horas, los días, y esa familia ya daba lo que fuera por encontrar el cuerpo –ya

    sabían que Carcaño la había matado-, por poder recuperarlo del río, del basurero, de una zanja, de donde fuera, para darle tierra dignamente, para poder llorar por unos restos que reposaran en un cementerio, por unas cenizas guardadas en una urna funeraria. Y han ido pasando semanas, meses, años, y la gran alegría para esa familia sería hoy encontrar unos restos óseos que se correspondieran con los de su hija. Unos huesos, los huesos de una hija como la gran alegría. ¿Hasta dónde ha tenido que llegar el desgaste de una familia para considerar una alegría encontrar bajo tierra los huesos de una hija asesinada? Dios nos libre. “Que no te toque…”, decía aquel hombre; y “que no nos toque”, digo con él. Y lo más duro en este caso es que hay un hijoputa que podría tener un ataque de persona y siquiera decir dónde están esos huesos que dejarían en paz a una familia. Unos huesos, unos huesos. Dios mío…

  • Andalucito

    LA TRIBU 10-IV-14

    De advertirle al españolito que venía al mundo –“te guarde Dios”- ya se encargó un sevillano inmortal llamado Antonio Machado, quien le decía que “…una de las dos Españas / ha de helarte el corazón.” De modo que los españolitos todos que vinieron al mundo ya estaban avisados desde hacía muchísimo tiempo; ahora, al que hay que avisarle es al andalucito que viene al mundo, a esta Andalucía, que a ese habrá de guardarlo Dios y, por si Dios echara una cabezada, una pareja de la Guardia Civil. Aviado está el andalucito que viene al mundo en esta hora de Andalucía. Más que hombres de luz, recogerán lo que dejaron muchos hombres de apagones, de tristes apagones de honradez, de tristes apagones de señorío, de duros apagones de la sinvergonzonería. Y si se les hiela el corazón, será de tantos cubitos de hielo como se menearon en las pequeñas piscinas redondas donde un puerto de ginebra, en un jacuzzi de tónica, miraba absorto el salvavidas de una rodaja de limón clavada en el borde… (¡Cosssa más cuuursiii, quillo…! ¡Viva la cursilería!)

    Andalucito que vienes al mundo, qué lástima me da de ti, canijo, porque te va a tocar lo peor que ha dado el vientre político –es un decir- de esta tierra, que, entre verdaderos hombres de luz, nos ha metido a auténticos plomillos fundidos que, fieles a su naturaleza, han fundido lo que sí está en los escritos, si no todo, casi todo, en esos escritos judiciales. Algunos han fundido más que los Altos Hornos, tanto que en vez de nombrarlos al frente de alguna fundación, habría que ponerlos a mandar alguna fundición, que el metal –y los billetes- lo funden como nadie. O lo desvían convenientemente… Así que, andalucito de mi alma, vaya herencia, mires para donde mires: que si las penas de la pobreza que ya no tiene la estética de antes, aunque tenga más hambre; que si los asesinos confesos que se ríen del mundo; que si ese río de dinero de los ERE falsos, y tanta sierramorena de despachos donde los bolígrafos actuaron como facas… Ay, andalucito que vienes al mundo, te guarde Dios y la Guardia Civil, y la Policía, y lo que tú contrates, hijo mío, que vaya panorama que vas a encontrarte. Y vaya arcas vacías; y vaya enchufes ya achicharraditos; y vaya desgaste de la política, enferma por culpa de tantos sinvergüenzas que siempre en el nombre del pueblo se llevaron lo ajeno diciéndonos que eran obras sociales o algo así. Ya verás, andalucito que vienes, cómo huele cuando se destape la olla donde hierven las coles de los golfos que decían que luchaban por una Andalucía mejor. Mejor para ellos, claro. Ay…

  • Venid

    LA TRIBU 11-IV-14

    Venid, manos que vestís los claros amaneceres, que sabéis doblar la luz justo por sus justos pliegues, que vais pintando espadañas para que la cal despierte como un pájaro encendido que vuela, aunque no se mueve… Manos que dais al desnudo de la ciudad que amanece un toque de sutil velo que a medio vestir la deje, como una luz que por cima se echara una sombra leve. Venid, pájaros del día, cobre animal que resuene como pequeñas cornetas emplumadas que, al moverse, dejan las calles vestidas de los sonidos de siempre que la luz llega y anida en los viejos caballetes donde cabalga, encendida, la primavera que vuelve cual luminosa amazona a que la miren, y a verse.

    Venid, rumores del río que rizáis bajo los puentes caprichos de lentejuelas con bordaduras de peces, en la seda de unas aguas que en primavera se crecen, porque no merece menos lo que en la voz de la gente es ya azahar que se abre poco a poco, que ya huele con cien nombres de María y con cruces donde muere la Salvación de los pueblos, o bajo ellas padece. Venid, orillas sonoras donde el agua lenta mueve la vieja cuna del río, aunque el río no se duerme, que es mucho lo que hay que ver en estos días que vienen, y los párpados abiertos han de estar, por no perderse ni un detalle, ni un olor, ni una luz… Venid, que vienen viniendo de todos sitios los cien milagros de siempre, cielo, olor, luz, mediodía, noche, mediatarde… ¡Vente!, luna que pones arriba, en el azul que te embebe, una comunión lejana de las criaturas celestes. Venid, murallas dentadas, almenas donde se duermen los siglos sin que lo noten las piedras que los sostienen. Venid, altas azoteas, alturas donde se atreve a subir la luz chiquilla que en una semana crece y se hace abierta muchacha que abrazar los cielos quiere… Venid, los prudentes patios que guardan luces prudentes, entre aspidistras y rosas que más que presencia, tienen hermoso cuerpo de olor que por el alma se mete, mientras va contando historia de luz, en chorro, la fuente… Venid, altas torres altas que habláis de tú a los celestes que por la noche terminan azules para ponerse sobre los hombros dormidos de la luz que se previene, que más temprano que tarde baja seguro el relente… Venid desde el olivar ramas del olivo verde, y venid de las palmeras palmas rubias que se mecen inclinando la cabeza, lenta, reverentemente… Venid, antiguos hosannas a un Nazareno que viene en el nombre del Señor… Venid, saetas que duelen, cirios, túnicas, mecidas, largos silencios que enteren el aire de cuanto aquí tiembla ya impacientemente… Que es abril y está Sevilla que no sabe qué ponerse…

  • Abriles

    La tribu 12 de abril de 2014

    Tu vida está llena de abriles, porque en abril está la estación en la que te bajaste a la vida y porque por los abriles fuiste muchas veces para muchas cosas –todas importantes-, y empeñado en abril sigues, como si obedecieras, sin saberlo, consignas de nacencia con las que tu vida, sin pensarlo, se aquerenciara. Cuando miraba tu alegría niña, signada ya de nobleza desde la primera hora, me acordaba de los versos de un soneto de Juan Ramón: “Abril, sin tu asistencia clara, fuera / otoño de caídos esplendores…” Porque eras subalterno de abril que engrandecía las faenas abrileñas. Porque tú, como en el verso, siempre exaltabas las primavera, porque eres “la primavera verdadera”, tan niño entonces, tan hombre siempre.

    Por abril ibas cuando aquella fiebre no te abandonaba –horror de aquel termómetro cuyo mercurio no bajaba-, ni aquella tosecilla, que no acababa de serlo, se te iba de la garganta, como una mala copla que por dentro iba cantando lo que no queríamos. Se te había posado en tus ojos una tristeza que no querías decir, porque nunca te gustó -¡nunca!- preocupar a nadie, y aquella tristeza que te agachaba los ojos y te ennoblecía más la mirada se te acusaba más cuando, al preguntarte cómo estabas, tú, sin saber cómo decir la verdad sin que ésta doliera, te inventaste una frase que cumplía con todos: “Un poquillo bien…” No, no estabas bien ni siquiera un poquillo, como tratabas de convencernos. Abril entonces se puso pentamicina y la neumonía marchitó el azahar. Pero pudo más el abril de tu sangre y al final te brotó la flor de la mejoría. Abriles de alegrías y abriles de tristezas. Y abriles de aventuras. Eras un niño que ya empezaba a echarse dentro, por las tolvas de la mirada, todos los asombros que descubría. Y habías descubierto, no sé cuándo, la Semana Santa. Y te fuiste con tus amigos, ciudad adentro, y la estampa de los tres amiguillos sentados en los escalones del Ayuntamiento, tan sevillanitos ya en las formas, sigue ahí, en la memoria, en mi memoria. Como sigue la noche, cuando era tarde y no volvías, y no había móviles, y la ciudad era una multitud por todas partes, y la desesperación aumentaba. Nadie sabía nada de un chiquillo que estrenaba Semana Santa. Apareciste muy tarde: “Es que me quedé a ver La Estrella en El Baratillo… ” Licenciado en sevillanía, por esa noche. El doctorado, cuando con La Estrella saliste de nazareno la primera vez. Abril europeo en el fútbol de tu equipo, y -copas distintas- de camarero en la Feria. Y hoy, otro abril, te casas. Abril es más abril por ti. Eres todo abril, Joselito de mi alma.

  • Campo urbano

    LA TRIBU 13-IV-14

    Hay más días, sí, en los que el campo se le ofrece a las ciudades, a los pueblos, porque las ciudades y los pueblos, con los nudillos de las tradiciones o con la pequeña voz de las necesidades sustanciales, le dijeron al campo que se acercara a echarles una mano. Y el campo se vino, o se dejó querer y permitió darse tanto como le pedían. El campo no niega nada, y está siempre ahí, tan generoso, dispuesto a darse, a hacerse de todos, que el campo parece que tiene sentido de ser sólo si es para darse.

    Las muchachas iban entonces a los florecidos campos de abril, a los vallados de mayo, porque en la iglesia del pueblo había Vírgenes que, aunque no lo pedían, parecían muy bien junto a las flores. Y las muchachas iban con flores a María, todos los años, para renovar esa hermandad entre hermosuras tan distintas. Y al campo iban las gentes por romero para vestir las cruces de las esquinas, para vestirlas y para que el campo oliera de noche como un pinar dormido. Romero que venía de los pinares a oler con algo de divino en el aire. Como, llenos de color, venían margaritas y lirios silvestres, y amapolas, y todo lo que hermoseara un altar o un jarrón de la casa. Campo viene cuando el Corpus pide, exige, que Dios huela a su esencia eucarística, pan y vino, y la luz de junio se va a esos trigales, y se va a esas viñas a pedir bajito que se hagan Dios en el aire del campo por las veras de ese Corpus que en el campo nadie quiere ver y que está, vivo, pidiendo ser Dios. Por eso ahora viene también el campo a la ciudad, una mañana como ésta, una mañana que siempre será de la Jerusalén que la memoria levanta. Y vendrá una borriquilla, y vendrá subido a ella un muchacho de Belén al que por la boca le rebosa el amor, y la justicia, y la pobreza, y la paz, y la generosidad… Y junto a ese muchacho estará el campo, aquel campo que entonces ya tenía lo que sigue teniendo, mucho de divino en las ramas de los olivos, mucho de divino en las ramas de las palmeras para que el Domingo de Ramos sea lo que tiene que ser. ¿Lo demás? Lo demás tenemos que ponerlo nosotros: esa cuota de Dios de cada uno, el amor, la paz, la alegría, el hosanna íntimo de la mañana. Eso es nuestro, debe correr de nuestra cuenta. El campo ya puso lo suyo, ya se abrió –se desgajó- para que nada le faltara al Nazareno. El campo hoy, por la ciudad, parece urbano, como campesino que se pone ropa de ciudad para venir a asuntos urbanos. Pero se nota –como con el campesino- que es campo, si te acercas y lo hueles: olerá –olerán- a honradez. Y a algo de Dios.

  • Las formas

    LA TRIBU

    14-IV-14

    Esperaba encontrar por las calles a penitentes flagelándose o –arrastrando cadenas con los pies- cargados con pesadísimas cruces; esperaba, porque así lo creía, darse por fin de cara con una tierra donde todo era sacrificio que, entregada en fe y en penitencia, hubiese hecho de la Pasión una manera de vivir sin soltarse de la cruz, del dolor, del duelo, del llanto. Esperaba que las iglesias olieran a velatorio, que la pena estuviese instalada en el rostro de cada nativo, que cada instante supusiera un nuevo perfil de la pena y de la Muerte. Sufrió una decepción cuando comprobó que, entre profundas actitudes de fondo, todo era la celebración de las formas. Lo que no sabía es que aquí el fondo está lleno de formas, y si esas formas se derrumbaran –o las prohibieran-, todo se desfondaría.

    Que nadie pretenda deformarla, porque esta tierra, al tiempo que iba asentándose, iba labrando las formas de su asentamiento, como ebanista que al par que empezara el gesto de sentarse, fuera tallando la silla donde acabará sentado. Todo fue ocurriendo de la misma manera que ocurre ahora, que esta tierra nunca descuidó las formas, en nada, que también, cuando empezó a citar a los toros, pensaba ya cómo serían las formas de la solución del pase, no sólo la solución sin más. Y para bailar, ¿quién es capaz de meterse, sin alma con forma, en esa danza donde el torbellino modela una carnal columna salomónica adornada de brazos de vid cuajados de racimos? Las formas. Esta tierra sabe muy bien que uno de los detalles que más hay que cuidar, en público o en la intimidad, en los momentos difíciles como en los fáciles, es el de las formas. Esta tierra ni pierde las formas, ni quiere perderlas, ni sabe perderlas. Ni quiere que se las quiten, se las enmienden o se las lijen con críticas que no conocen la esencia de esas formas. Esta tierra no se da latigazos porque no quiere que la sangre salpique, que una sangre que salpica, desluce mucho las formas. Pinta la sangre, como pinta el llanto, como pinta la belleza de lo divino, como pinta la fealdad del mal. Incapaz de sentir sin formas, de vivir sin formas, de pensar sin formas, de creer sin formas, esta tierra se viste –se llena- de formas para llegar al fondo de todo, porque no digo que se quede en las formas, digo que es incapaz de hacer nada sin las formas. Oídla en estos días, miradla en estas tardes, observadla en las inmensas madrugadas; retratadla frente al sol, frente al silencio, frente a las sombras. Y la encontraréis siempre perfectamente formada. La más hermosa –y profunda- forma.

  • En su salsa

    LA TRIBU 15-IV-14

    Los taurinos lo resuelven con tres palabras, cuando alguien pregunta cuál es el ambiente ideal para celebrar una tarde de toros: “Sol y moscas”. Ni una tarde de frío que hiele la sangre de los toros, ni una tarde de nubes que amenacen lluvia, ni un viento en puntas, desagradable, que todo lo desluce: sol y moscas. Y ya está. ¿Que hace mucho calor? Eso es lo suyo. ¿Que la tirilla de la camisa te ahorca y el canesú acumula calor como si fuera el peto de una armadura? Es lo suyo. Sol y moscas.

    El andaluz de incienso y cofradías, saetas y tambores, bordados y perfiles de luz, esquinas donde el sol quema como si esperara turno de herejes; el andaluz que se pasa una semana llamando a Jesús y a María de siete u ocho formas distintas todos los días –y por todas le contestan-; el andaluz de barrios y de centro, que sabe como nadie alternar la copa con el cáliz y la tapa con la comunión, tiene otra forma de resolver lo que necesita para estos días de la Pasión: “Mucha luz, a todas horas”. Porque también la noche tiene luces. El amante de las cofradías no quiere ni frío que te obligue a ponerte la bufando a guisa de momia, ni tener que preguntarse en el zaguán o en el rellano de la escalera si paraguas sí, si paraguas no. El amante de las cofradías precisa, para que todo le salga redondo, salir a la calle con la ropa que tenía pensado salir desde el mes anterior. Luces. No le importa al amante de las cofradías ni que el zapato le apriete, ni que la tirilla de la camisa le amague de ahorcamiento, ni sentirse vulnerable y aun inferior en esa perenne esgrima del abanico frente a las espadas solares de una bulla donde la única sombra está en los pies. Luz, borrachera de luz. Y si calor, calor, mucho o poco. Lo que no quieren es esa indecisión de nubes que ni comen ni dejan comer, que ni traen agua, ni dejan de traer preocupaciones; ni frío que obligue a ropero de invierno en la cintura de la primavera. Luz, toda la luz. Noches templadas donde la luz se haga azul para que luzcan la luna y las estrellas; días de oro líquido y tardes de oro viejo. Luz. Y si el viento se mueve, que sea a paso de brisa. Así quieren que sean los días los amantes de la Semana Santa de aquí, la versión delicada del “sol y moscas” de los taurinos. Por eso ahora están en su salsa. Hay gente que aprendió la danza del fuego, y hay gente que aprendió la danza de la lluvia. Esta tierra aprendió hace miles de años a bailar la danza de la luz. Y ni sabe bailar mejor ninguna otra, ni hay nadie que la baile como ella. Y si a alguien le parece esto una exageración, que se acerque a comprobarlo.

  • Todo es menor

    LA TRIBU 16-IV-14

    Y en ese instante, y en todos los momentos siguientes, ¿qué importa nada que no sea eso que, sin avisar, te ha mordido el cuello y no te suelta, ni te mata, porque el sufrimiento es así, una dentellada que sabe que en su duración está el daño? Todo es menor al pie de estas cosas, querido compañero. No hace falta siquiera que sea muy grave, basta con que sea una fiebre que nada consigue reducir, con un dolor sin nombre en algún sitio impreciso, una desesperación, algo que alarma en quien lo padece y en todos los de su cercanía. En ese momento, todo lo demás es menor. En ese momento, con palabras de Hernández, “no hay extensión más grande que mi herida”.

    Unos decían que a lo peor llovía; otros, que sólo sería al principio; otros, que al final… La preocupación general era el tiempo, también la del compañero, hasta que algo lo convierte todo en menor, porque vino una queja pequeña que se convierte en preocupación creciente. Y cuando no hay más túnicas que las batas de los sanitarios, ni más música que el silencio de los pasillos hospitalarios, es porque no hay más pasión que la del hombre, no la representada en imaginería, sino sentida en las carnes donde la gubia del dolor y la pena tallan en un segundo todos los rictus del padecimiento de un padre que sabe que su hijo está sufriendo, está enfermo. Todo es menor ahora. Ahora no hay más verdad ni más preocupación que esa que está ahí, en una cama, esperando a ver qué dicen del laboratorio, de rayos, de cualquier parte. El paso del sufrimiento tiene tres figuras principales -materna, paterna y fraterna- que saben que la calle de los días se ha hecho toda de amargura. Despojado de toda su ancha alegría, el hombre no sabe para dónde mirar que pueda traerse la solución en un puñado. Ante una alarma así, ante unas dudas así, aunque al final no sea nada –Dios lo quiera- y el chaval lo recuerde como una anécdota en días muy señalados, todo empequeñece, todo pasa a no tener importancia, nada es un problema, ni que llueva, ni que jarree, ni que haga frío, ni que lloren nazarenos, costaleros y público… Todo es menor, compañero. Lo sé y sé que lo sabes. Cuando no hay más que dolor de la propia sangre, todo lo demás es anécdota; contratiempo, si acaso, nunca problema. Problema, el del dolor máximo, el desconsuelo de Consuelo. Qué poco –qué nada- importa lo que no sea que suben las defensas, que

    mejora el color, que está más espabilado… Ni un cielo perfecto sobre la perfecta representación, ni una mecida, una marcha, un olor, un silencio. El niño en casa, curado. Eso es lo único que importa. Lo demás, todo menor.

  • Lo pequeño

    17 de abril de 2014 a la(s) 8:54

    LA TRIBU 17-IV-14

    De niño llegaste a pensar –y no de razones falto- que había un Dios del pueblo y un Dios de Sevilla, como a pensar llegaste que había un Dios para los ricos y otro para los pobres. Para ti, el Dios de los ricos tenía perfil de rubia palma de Ramos, plata de vara de palio del Corpus y reclinatorio acolchado y con tachuelas formando iniciales en el espaldar, para que las arrodilladuras en la misa no lastimaran la rótula de la doña de turno, que en el suelo de la iglesia nunca faltó un chinillo que hacía de inoportuno silicio cuando nos arrodillábamos; el Dios de los pobres vestía chalecos del Ropero de Santa Rita que calentaban por peso, más que por lana, llevaba vareta de olivo en Ramos, dormía en choza y le hablaba de usted a todo el que no vestía de prestado. Así creías que te presentaban a Dios, porque, naturalmente, no había dos Dioses, lo que había era dos formas de ver a Dios, que es distinto. Y dos formas de tratarlo y una de imponer cómo había que tratarlo. Dios era uno, y tú lo sabías, pero los hombres lo fragmentaban, así en las bulas para comer carne –los pobres ni tenían para comer carne, ni para pagar bula, así que la vigilia tenía poco de voluntaria- como en los turnos de cercanía, cuando a Dios lo imaginabas dormido tras la puertecita del sagrario.

    Pero quería hablarte más de aquella idea del Dios del pueblo y el Dios de Sevilla que tenías, y no sólo tú, que a ti la idea te vino no sólo retratada en la actitud de la gente sino en algunos comentarios: “Dicen que el Cautivo de Sevilla es más milagroso que Padre Jesús, y que la Virgen de los Reyes se le presentó a San Fernando, y las Vírgenes del pueblo no se le han presentado a nadie…” Sevilla era la medida, el canon, el arquetipo, el ejemplo que seguir. Como eso que tú cuentas de un tal Pepe, paisano y presumido, que quería lucirse cada vez que venía al pueblo y había gente que alababa su manera de hablar: “¿No va a hablar bien…, si es de Sevilla?” Pues eso mismo, en lo divino: ¿No va a hacer más milagros, si es de Sevilla? No, no había dos Dioses, había un solo Dios de todos que a veces unos apartaban para ellos, y por eso te parecía que había dos. Por eso y porque imaginabas a Jesús el Domingo de Ramos y no volvías a saber de él hasta que moría el Viernes Santo, cuando por las calles corría la noticia, en aquel silencio que podía segarse a las tres de la tarde. Lo “veías” entre hosannas y crucificado. Sevilla, en cambio, tenía un Dios diario para la Pasión, un Dios con cuarenta nombres. Y así les parece hoy a otros chiquillos del pueblo que no saben de la Semana Santa de Sevilla…

  • Lo mismo

    LA TRIBU 18-IV-14

    Lo decimos –metámonos todos- con bastante frecuencia, cuando vemos cómo, fielmente, la gente acude a una celebración periódica, sea religiosa o pagana, en la que aparentemente todo se mantiene como siempre. Y así, hay mucha gente que dice que para qué va a ir, por ejemplo, a ver el paso de las carretas del Rocío por el Vado de Quema, si siempre es lo mismo, que si acaso algo lo hace distinto es el nivel de agua que ese año lleve el río. No, nunca es igual, quizá por aquel acierto nerudiano de que “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, y si nosotros cambiamos, todo lo que sucede ante nosotros, cambia. Un poco también aquellos tres versos de Montesinos: “Las mañanas eran claras / porque mi vida lo era, / no porque fueran mañanas”.

    La Semana Santa nunca es la misma, como no lo es la Feria, ni las cien romerías que conocemos. También, y seguimos acumulando citas de apoyos, por aquel “panta rei” de Heráclito, “todo fluye”. Creo que la celebración a la que he acudido más veces a lo largo de mi vida es a la salida de las carretas de Gines, y no sólo no es la misma sino que cada año que voy acumula más riquezas, más razones para no dejar de asistir a ese encuentro matinal con los paisanos, en un ambiente que se carga de recuerdos apenas suena el primer cohete de vísperas o se oye el sonido que en la gaita y el tambor trae el tamborilero. “¿Para qué voy a ir, si es lo mismo siempre?” Nunca es igual. Otra cosa será que la mirada ya se sepa de memoria todo lo que va a ocurrir, salvo imprevistos. Si es una salida, la banda tocará cualquier marcha, pero la memoria estará oyendo la primera que oyó en ese sitio, y nada, ni la marcha, será lo mismo. Esquinas, avenidas, luces, olores, mecidas, flores, sonidos, gentes… Todo puede parecer lo mismo si lo vemos en una grabación, pero nunca si se vive. Una flor de artificio puede parecer natural, sí, si no la olemos, si no la tocamos. Pues lo mismo pasa con estas celebraciones grandiosas. ¿Son las mismas siempre Las Carreritas de Pilas, la Despedía de Álora, el salto de la verja de los almonteños, las procesiones marineras de la Virgen del Carmen? No, siempre son distintas. Ni podemos bañarnos dos veces en el mismo río, ni escuchamos jamás, en vivo, la misma saeta, ni jamás veremos el mismo perfil de la imagen de una Virgen, ni será la misma muerte la del crucificado que vemos todos los años en el mismo sitio. Y ese montón de imágenes y de vivencias, tan parecidas, es lo que va quedando en nosotros como una pátina en la memoria de la mirada y los sentimientos. Y así, nada, nunca, es igual. Nunca.

  • Magia

    LA TRIBU 20-IV-14

    Son nuestros ya aquellos personajes que él fue sacando del carromato de su fantasía, carromato ambulante de buhonero más interesado en ilusionar que en vender, pero buhonero, sí, trajinero de quincallas que aparecían en las mágicas puntadas de su increíble tinta color asombro. Nuestra es ya su fantasía, la que nos llegó en cataratas de imágenes, nombres,situaciones, metáforas, frases… Nuestros ya para siempre todos sus colores,todo el baúl de mago que se abre al abrir cualquiera de sus libros. Un deshielo de tristeza, ahora, deshielo de aquel hielo que empezó a ser hielo recordado en la memoria de Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento.

    Nos fue dejando personajes inolvidables, personajes que ya estarán para siempre enmarcados en retrato particular, íntimo, único, en la mente de quienes fueron dibujándolos en su ideal, a medida que iban leyéndolos. Se creó la magia al leer, porque la magia fue creándose al ir escribiendo, al ir encontrándose el artista, entre las líneas, la fantasía, la elevada fantasía de su invención.Ganaremos cielos altísimos siguiendo el rastro aéreo de Remedios La Bella, la negra que tendía la ropa aquel día de viento, para tratar de comprender hasta dónde puede llegar la solución de un escritor que al final resultó ser un mago.Llegó con su carromato, cantando alguna canción extraña, y cuando nos dimos cuenta estábamos viendo cómo un gitano llamado Melquiades, de barba montaraz y manos de gorrión, arrastraba por las calles de Macondo uno de sus “inventos”,aquel imán al que se pegaban las cosas metálicas. No nos parece más grande,gigantesco, porque lo hemos visto, sabemos cómo era su voz, cómo reía, qué acento adornaba su palabra; pero Gabriel García Márquez no sólo era un escritor descomunal, sino un mago que escribía con chistera llena de tinta, de la que iban saliendo asombros que unas veces arrastraban por el fango de las calles una pesadez de sino y otras dejaban en el aire un olor a almendras amargas y de amores contrariados. Hay un barco que navega por no sé qué río con dos pasajeros que jamás pueden imaginar que en el amor es posible el naufragio.Murió el mago que nos traía un teatro asombroso cada vez que descorría las cortinas de su talento, tan rico, que en eso de inventar sí que era rico, no sólo un pobre con plata. Se nos ha ido aquel que vino a hacer lectores que no conocían los ríos de la fantasía y a arrastrar a su mundo de Macondo –y a empadronarlos- a quienes, al leerlo, veían auras de mariposas encendidas en todos los cuerpos. Murió el mago. Nos esperan más de cien años de soledad.

  • Resucitar

    LA TRIBU 21-IV-14

    Toca vivir de nuevo. Fue un cumplido la tristeza, eso de andar tan serio por lo serio, tan de luto por lo que sonaba a muerte. Toca volver a la vida, a darse de cara con ella en todo, de otra forma, desde el gesto a la ropa, desde la mesa a la calle. Se anda de otra manera, se bebe de otra manera, se viste de otra manera y de otra manera se mira, se toca, se ríe. Se vive. Me contaba mi querido amigo aloreño Pepe Morales, cuando el pueblo hervía en fiesta y en calor con la Despedía, que por la noche nadie conocería aquel pueblo que andaba en ese momento entregado al bullicio, las botellonas de los jóvenes, la hermandad musical y cuasi paisana de legionarios paracaidistas y pueblo: “Esta actitud que ahora le da a las calles un ambiente de feria derramada, a la noche tendrá perfil castellano, cuando salgan las procesiones de hoy”. Sí, así fue, pero un día. Porque la gente lo que quiere, por encima de todo, es resucitar en resurrección, que todo con ella resucite. Porque la gente entiende la tristeza si es por poco tiempo. Aquí la luz obliga a la vida, jamás guiña para invitar a no vivir.

    Un mes de primavera llevamos y parece que lleváramos un siglo, de lo bien hecho que se hace todo, de tanto oficio del vivir que tiene la gente, de tanta artesana habilidad para que cada pieza encaje donde tiene que encajar. La gente da puntadas sin mirar, como diestra costurera o viejo zapatero; la gente, en esto, no es relojero que con el cuentahílos en el ojo mira la pequeñez del tornillo, la gente es más de decir la hora al cálculo y acertar, porque la gente lleva dentro un reloj de luz cuyas manillas le rebosan y sabe en todo momento qué hora en punto es, qué segundo, porque es un tiempo suyo, y lo conoce como de su sangre. Miremos cómo la gente, sin mirar, sabe con una mano desmontar un paso y con la otra vestir una caseta; colgar una túnica con la derecha y ensayar un natural con la izquierda. La gente tiene ahora dos mitades y cada una de ellas actúa, sin que apenas se note, como tiene que actuar. Medio cuerpo de la ciudad huele a túnica, y el otro medio huele a ropa de tarde de toros; medio se quita la chaqueta oscura y el otro medio empieza a ponerse la chaqueta clara. La corona es ahora flor, y el manto, mantoncillo. El azahar va en tránsito hacia el clavel y las luces son otras. El medio luto es ya ropa de fiesta y abril vuelve a ser abril antes de que lo confundan con noviembre. Es hora de resucitar, en todo. Se impone la vida, se busca, se necesita. Benditos sean los pueblos que por encima de todo buscan vivir, o, si no, resucitar.

  • Nos comen

    LA TRIBU

    22-IV-14

    No sé si alguna vez sabremos, exactamente, cuántos golfos movían los hilos de los dineros en ese entramado que empieza –por poner un kilómetro cero- en los ERE y acabará donde Dios pegó las tres voces, si es que acaba. “No hay día que me levante que no me des un disgusto”, se quejaba aquella madre de su hija, resumiendo involuntariamente en dos octosílabos el plan de una niña que la noche que no volvía a la casa a las dos de la madrugada y bebida, es porque a las siete de la mañana se bajaba de un coche de alguien que la dejaba, debidamente aprovechada, en su puerta. Pues aquí andamos más o menos lo mismo, porque el día que no trincan a dos nuevos trincones, es porque están buscando a cinco nuevos sinvergüenzas.

    Una vez fuimos unos amigos, invitados por otro, a una finca a echar el día. Nos avisó el anfitrión que hacía tiempo que no se usaba la casa, y que no sabía cómo estaba. No sé si habrá pulgas, decía, porque en aquella casa siempre había habido alguna pulguilla. Apenas llevábamos allí diez minutos llegó la primera rascazón, y la segunda, y la tercera… El dueño de la finca, al vernos rascándonos, dijo “¿Qué, hay pulguillas?” Y uno de los tres que nos rascábamos, dijo, “No, no es que haya pulgas… ¡es que nos comen!” Pues eso pasa aquí, con tantos sinvergüenzas, con tantos prestidigitadores de lo ajeno que trincan no ya como préstido, sino para no devolverlo jamás de los jamases. Que si falsos expedientes de regulación de empleo, que si ayudas para cursos de formación… ¿Qué regulaban, Señor de los cielos? Y en los cursos de formación, ¿para qué formaban, para aprender a llevárselo? Dicen que hay empresas que se preguntaban a qué venían aquellos dineros para formación, que nunca supieron de dónde y por qué venían los dineros, si allí no se formaba a nadie. No sabían que por detrás, desde donde se enviaban, se movían hilos de la trama para que quedara un tejido fuerte, como de tela de costal, que no se rompa, que aguante, que hay que echar mucho en el saco. Qué vergüenza, Señor, una tierra con la situación de desempleo que tiene, una tierra que pide a gritos tantas ayudas reales en necesidades reales… Qué vergüenza. No es que haya uno o dos aislados, ni hoy uno y dentro de un año dos o tres, ¡es que, nos comen!, como decía aquel amigo en la finca. Nos comen, sí. Y si es como dicen, ¿habrá sitio en las cárceles para tanto ladrón? ¿Y devolverán lo robado o lo trincado? Me acuerdo de una copla que una vez iba cantando alguien: “Es tanto lo que ha robao / que pa podé reponé / lo mucho que sa llevao, / tendrá que robá otra vé”.

  • Ambiente

    LA TRIBU 23-IV-14

    Hace muchos años, escribió Manuel Alcántara que “lo mejor del recuerdo es el olvido”, y nosotros, al paso que va todo –al paso de desencanto-, podemos decir ya que lo mejor de casi todo es el ambiente, no el todo en sí. Y por esos caminos, lo mejor del Rocío es la salida o la llegada de algunas hermandades –por ejemplo, Gines, que es única-, las vísperas por el pueblo entre cohetes, cantes, rosarios y tamborilero, ese ambiente de Rocío urbano que cada año atrae más. Y así, lo mejor de la playa es el invierno, ese sol que te deja ponerte en mangas cortas y aun sin camisa, y esa arena de bajamar que te permite pasear solo o en compañía de muy pocos. Lo mejor de la playa es el invierno, porque ya me dirán ustedes qué hacemos en verano metidos en una multitud medio desnuda, sentada o tendida bajo una sombrilla, de guardia junto a una nevera, poco menos que esperando turno de baño, que cualquier día van a dar número en las playas, como los dan en la pescadería de Mercadona, o habrá que preguntar quién es el último.

    Lo mejor de Andalucía en verano es Cantabria y Asturias, y lo mejor de muchas cosas es cuando volvemos a casa, como dijo el recordado Antonio Garmendia a la vuelta de aquel viaje que hicimos a Nueva York con el programa de Herrera, que cuando Herrera le preguntó qué le había gustado más de Nueva York dijo que la vuelta a Sevilla. Parece que estoy viéndolo en el Aeropuerto JFK, con los brazos arriba y con veinte collares al cuello, barbas de Padre Pío y camisa estampada, con una cara que le decía más o menos al policía negro que lo cacheaba, un gorilón de dos metros y doscientos kilos, “Pa verme otra vez, vas a tener que hacerme una foto.” Lo mejor de la Feria son los preparativos y los fuegos, y lo mejor de la cercanía de la Semana Santa, el olor, el color, los sonidos, los pasos y… la distancia. Del fútbol, en muchísimos partidos, lo mejor es el televisor del salón de casa o de la peña, y de los toros, una y cien tardes, lo mejor es irte a vivir el ambiente. El ambiente taurino, el mejor, desde qu